Aquí podéis leer el principio de mi artículo Integrar a la comunidad musulmana española, publicado en Buzzfeed España sobre qué entendemos por islamofobia, por integración; y sobre por qué los musulmanes y fundamentalmente las musulmanas españolas no somos diferentes al resto.
![Buzfeed_Islamofobia_Ara_Ferrero](https://i0.wp.com/escritoradefortuna.es/wp-content/uploads/2018/01/Buzfeed_Islamofobia_Ara_Ferrero.jpg?resize=532%2C332)
En 1993 Mamen se añadió al nombre un Latifa. Era la hermana mayor de una de mis amigas de clase, era filóloga árabe y venía de pasar un año en El Cairo. En pocos meses se mudaría a Londres. En una de sus visitas de verano la cosí a preguntas; yo tenía 17 años –mi madre estaba leyendo No sin mi hija y mi tía Vendidas–. Pregunté muchas chorradas. ¿Por qué se quitaba el pañuelo dentro de casa? ¿Podría trabajar fuera de casa? ¿Estaba segura de casarse con alguien a quien había conocido hacía pocas semanas? ¿Seguiría teniendo amigos de otras religiones?
Muchos años, mogollón (me cago en la leche) después, mi amiga me diría: “bueno, pero tú al menos hacías preguntas. A mí nunca me preguntan nada”. Amina y yo nos conocimos en 2007, un año después de que yo me añadiera a mi nombre un Taliba (aprendiza). En el parque y los cumpleaños hablamos muy a menudo de privilegios. Siempre han estado muy presentes para su piel morena y su hijab Amira style. Ambas somos activistas. Ambas somos profesionales del audiovisual. Ambas somos madres. Pero mi amiga forma parte de esos musulmanes que deben integrarse, mientras que yo soy musulmana a mi manera.
No queremos catequesis en la escuela, pero, por otra parte, querríamos que el hijab de mi amiga o nuestra dieta no fueran objeto de exotismo, tolerancia o integración. Nos gustaría darnos a conocer como parte de esta sociedad, decir que estamos aquí y que así vivimos, sin más.
Ambas sufrimos islamofobia, ella mucho más agresiva y peligrosa, yo más sutil (salvo tras apariciones públicas). En la escuela de nuestras hijas es a mí a quien se dirigen cuando surgen preguntas sobre el islam, a pesar de que su familia se incorporó un año antes. No soy una mujer árabe y eso supone un privilegio para practicar mi religión del que no siempre soy consciente, dentro y fuera de mi comunidad. Servidora, como curiosidad ambulante, ha logrado colarse a rezar en la prohibidísima Mezquita de Córdoba y ha sido invitada al espacio masculino de la mezquita de Maspalomas, Gran Canaria –sí, la que está en el Yumbo, el centro comercial gay–.