Este post forma parte del proyecto conjunto Adopta una autora.
El electroshock da título al segundo volumen de memorias de Carrie Fisher, Shockaholic, que deriva en una reflexión sobre la familia. Wishful Drinking tiene como estrella invitada a su madre. Shockaholic acaba teniendo todo que ver con su padre, que había muerto poco antes. Se trata de un texto pequeño, de poco más de 150 páginas, que ha pasado un tanto inadvertido entre el anterior y The Princess Diarist, su última obra.
Quizá porque Shockaholic acusa un punto de enorme amargura: la muerte de su amigo Gregory Stevens abre el libro, catalizando una crisis emocional definitiva, que deviene en una decisión también definitiva: cambiar el tratamiento de psicótropos por la electroconvulsión. Shockaholic es un libro de memorias sobre el sacrificio de la propia memoria. Perder una parte importante de recuerdos y ganar una masa importante de kilos, con el deterioro consecuente de autoestima. El porqué, su hija Billie Lourd, apenas una adolescente entonces. Si en el volumen anterior nos quedó claro cuánto adoraba Carrie Fisher a su madre, le debemos a su hija decisiones (y prosa) como esa.
Carrie Fisher se hace eco de la paradoja del payaso (sal de este post ahora mismo y lee el enlace anterior). Convertir el sufrimiento y la locura en comedia. Pero la comedia lo que tiene es que se acaba, y la locura no lo hace necesariamente cuando se vacía el escenario. Sin embargo, ella pudo con ello; o pudo lo bastante como para armar un volumen realmente hilarante a partir de aquí. Carrie Fisher era guionista, pero supo en qué momento pasarse las convenciones estructurales de los tres actos por el forro y tomar un atajo para narrar sus desventuras bajo los electrodos y todo el proceso posterior. Por el camino la muerte sigue acechando, pero al fin y al cabo todos nos tenemos que morir, ¿no?
No hay en Shockaholic un hilo narrativo propiamente dicho: sí hay reflexión, encuentros, pequeños recorridos personales junto a personas que comparten vivencias, ya sea la parte agridulce de la fama, la enfermedad o los vínculos familiares. El trayecto va parando por los pies de foto más descacharrantes que ilustrarán nunca unas Memorias:
Shockaholic recapitula las más surrealistas escenas que anticipaba Wishful Drinking: infancia marcada por el entorno de Hollywood (fama total primero, fama en declive después); matrimonios de ir y venir, portadas del cotilleo, y un amor indestructible por su madre y su hermano. Tan indestructible que podía redimir a cuantos pasaron por sus vidas, no siempre para bien. Nos cuenta que no tenía más de 20 años cuando llamó a su ex padrastro por teléfono, desde Londres, completamente borracha, para decirle que por cutre y pedorro que fuera, al fin y al cabo no era un mal tipo y que todo bien. El hombre murió a los pocos días.
Uno de los logros de Shockaholic es su uso de la ironía. No construye desde la literatura testimonial, pero tampoco desde el sarcasmo que florecía en Wishful Drinking. Carrie Fisher va más allá de reírse de las portadas de Photoplay: encuentra en ellas la oportunidad para mirar hacia su infancia con ternura. No es para menos: gracias a esa infancia es una de las pocas personas que puede presumir de cómo Liz Taylor la tiró a una piscina.
Y hablando de Liz Taylor, de repente aparece él.
¿Por qué Michael Jackson aparece en Shockaholic? Si hemos aprobado Primero de Famoseo nos será muy sencillo entender que Carrie Fisher > Eddie Fisher > Liz Taylor > MICHAEL. O también que Carrie Fisher > Dentista > MICHAEL. Y además de esa relación de amistad periférica, Michael Jackson acababa de morir. Recordemos, hay unos cuantos amigos muertos en estas páginas.
En cualquier otra todo esto habría servido para hacer una honda reflexión al respecto de lo destructiva y cruel que puede ser la industria del espectáculo, o las drogas legales, o la locura o todo junto. Cosas que están ahí, en subtexto. Pero no para el Michael Jackson que invitaba a Carrie Fisher y su familia a merendar o a su casa de vacaciones. Ella lo aprovecha con valentía para contarnos uno de esos aspectos agrios del famoseo, los parásitos: dentistas, como en este caso, dispuestos a cualquier cosa para ser los amigos de las estrellas. Habitaciones a oscuras para escuchar música y escucharse un poco a uno mismo. Hijos bien criados, a pesar del escenario irreal en el que viven. Niños amados y felices, como lo fue ella misma; como quiere que lo sea su hija.
Resulta especialmente valeroso y emotivo elegir esta figura para exponer el problema, más tratándose del episodio más oscuro de la vida de Jackson. Pero estamos hablando de Carrie Fisher: aquí los arrestos se presuponen. Y además, se podía llevar los jabones de recuerdo de Neverland a casa para enseñárselos a sus amigas.
La muerte de Michael Jackson nos ayuda a llegar a otra muerte, la definitiva, la que da sentido a toda la narración.
Eddie Fisher ocupa gran parte de las páginas de Shockaholic, como Debbie Reynolds ocupaba las de Wishful Driking. Si ésta era la confidente, la vecina, la voz de la razón, la presencia constante en la vida de la autora, Fisher es un personaje en construcción. Pasa de padre ausente a abuelo rijoso. De visitante ocasional y embaucador a anciano dependiente. ¿Pero qué vas a hacer si conservaba el encanto? Pues embaucarte.
El último tercio del libro está dedicado casi íntegramente a su padre. Es un momento de aceptación. Fisher asume que su vida es la que es, como su enfermedad es la que es, y lo mismo ocurre con ese hombre encantador, rodeado de enfermeras orientales a las que hacer comentarios picantes; vanidoso, operadísimo, enamorado de sí mismo hasta las trancas. Regalos a destiempo a hijas y nietas. Otra llamada de teléfono borracha, y vejez compartida porque al fin y al cabo, joder, qué le vas a hacer, es tu padre y es el abuelo de tu hija y el tipo no tiene mal fondo. Y no se va a morir solo.
Y al final Eddie Fisher se muere, ajeno a la fama, mirando al mar. Un jubilado en la Costa Oeste con algunos vicios, querido, perdonado y cuidado. Carrie Fisher murió años después, rodeada de los suyos, por Gary, querida y cuidada, velada por todos nosotros. Pero en ese margen aún le quedaban bastantes cosas por escribir.