Como editora de Hacemoskendo.com colaboro con el portal Descubrir Japón enviando información sobre cursos y, de vez en cuando, artículos de análisis como este.
Alguna vez nos habrás visto en Youtube. Somos esos tíos en faldas, ocultos hasta las cejas bajo la armadura, chillando como posesos mientras se dan la del pulpo con espadas de bambú. Bueno, eso es lo que somos cuando tú nos miras. Para nosotros, la experiencia es muy, muy distinta.
Encontrarás infinidad de artículos introductorios al kendo y a sus técnicas. El mejor que he leído hasta hoy es este de koichi, administrador de la web de autoaprendizaje de japonés Tofugu: «Luchar por la perfección cuando la perfección es imposible» (en inglés).
Kendo es, ni más ni menos, esgrima japonesa. Significa «la vía de la espada», como Karate-do es el camino de la mano vacía o Judo el camino de la fluidez. El kanji do al final nos revela que, aunque lo reconozcamos a regañadientes, practicamos un arte marcial moderna: no llegamos a los 150 años. Pero antes de cualquier –do viene un –jutsu, y durante los mil años de existencia del Japón Feudal (y del Shogunato Tokogawa después) los nipones perfeccionaron una forma de vida que despertó la fascinación de los extranjeros, y que todavía atrae fuertemente a muchas, muchísimas personas de todo el planeta. Me refiero, claro está, a los samurai (los que sirven) que gobernaron el país durante nueve siglos. Pero si quieres saber algo más sobre ellos, el mejor sitio para empezar es esta excelente entrada (¡en serio!) de la Wikipedia.
Aunque las armas más empleadas por los samurai en batalla eran el arco, la lanza y, con el tiempo el arcabuz, su identidad, su entrenamiento y su vida espiritual giraban en torno a la espada. Por eso, cuando el Emperador Meiji unificó y modernizó el país, no sólo les quitó privilegios a favor de un ejército profesional, sino que, sobre todo, les impidió lucir sus espadas a diario: el kenjutsu o gekkiken, la esgrima japonesa, parecía condenada a desaparecer.
Pero no lo hizo, precisamente, por ser japonés. El nacimiento del kendo está impregnado de esa naturaleza adaptable y pragmática que tanto nos seduce. Durante las últimas décadas del s. XIX algunos maestros samurai burlaron la prohibición enseñando en secreto. Hasta que, en 1873 Sakikabara Kennichi y otros celebraron la primera exhibición de esgrima japonesa cobrando entrada. Optaron por usar las espadas de entrenamiento, de madera y bambú. Poco después empezaron a admitir en la enseñanza a niños de familias no samurai, y para los primeros años del siglo XX la joven policía japonesa tenía sus propios instructores. Después empezaron a practicar mujeres. El resto de la historia se escribió solo.
Esta es una recreación del kendo gekkiken que se practicó hasta la década de los 50:
El kendo que practicamos hoy no obstante tiene poco que ver con aquél. Las reglas se han ido puliendo y también nuestra indumentaria ha evolucionado desde los primeros bogus (armadura). Lo que apenas ha cambiado es nuestra espada de bambú, el shinai, que en realidad es muy antigua (los primeros fukuro shinai datan del s. XVIII) y que nació para evitar lesiones entre los guerreros durante sus entrenamientos. No era plan de ir a la batalla ya perjudicado desde el mismo dojo.
En España empezó a practicarse kendo a finales de los años 70, gracias a maestros japoneses que lo conocían, aunque se ganaban la vida enseñando otras disciplinas. Tengo la suerte de entrenar con uno de aquellos pioneros, una auténtica leyenda con bigote: Manuel Murillo.
En cuanto a la técnica, no hay tanto que contar. Todo pasa por aprender cuatro técnicas fundamentales y un paso: luego te tirarás toda la santa vida intentando dominarlas. Tampoco llevamos cinturones, aunque el sistema de grados es el mismo que el de otras artes marciales japonesas. Hay infinidad de variaciones, claro: a la contra, anticipadas, combinadas, desde guardia alta, desde guardias bajas, a doble espada… pero la base es saber impactar (cortar, nos gusta decir) el cráneo (men), la muñeca del oponente (koté), y su estómago (do). Años de práctica después podrás intentar la estocada a la garganta (tsuki).
Y si crees que eso se aprende rápido, permita que te diga que JUAJUAJUAJUAJAJAJAJAJAJA… ay.
El kendo no es una herramienta de defensa personal. Si acaso, mejora la asertividad, la introspección y el espíritu de sacrificio. Pasarás meses solo, golpeando al aire con un shinai en chándal, mientras a tu alrededor hay gente con esa armadura tan molona. Cuando por fin te la pongas sudarás, no verás un pimiento y te pesará hasta el alma. Descubrirás músculos que no sabías que tenías porque ahora te duelen. Te duelen mucho. El kendo te ayudará a probar tus límites y, las más de las veces, a superarlos. Te obligará a decir durante temporadas enteras «lo dejo, hoy lo dejo», y aun así te levantarás, cogerás los trastos e irás a clase otra vez. No hay patada voladora que te proporcione semejante cosa.
Practicar kendo no es barato, aunque la mayoría de los dojos te prestarán un shinai y un bogu hasta que puedas permitirte tu propio equipo. Con el tiempo te darás cuenta de que el dinero es lo que menos importa, y que ahorrarás felizmente el dinero de tus vacaciones para hacerte un curso.
Si quieres aprender más sobre kendo, en Internet tienes recursos en inglés, como la excelente Kenshi247. También puedes visitar nuestro blog, ¿que haces QUÉ.?, o visitar cualquiera de los dojos del listado y probar. Puede que no sea para ti (muchos principiantes lo dejan después de unos pocos meses o el primer año), pero si lo es, háznoslo saber, porque será un placer cruzarnos en geiko.