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Un hombre llamado Vicente Ferrer

Publicado en Canal Solidario en 2002

¿Qué se puede escribir sobre un Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, candidato al premio Nobel de la Paz, portada de la revista TIME y responsable de que más de dos millones de personas tengan calidad de vida y esperanza para el futuro?. Quizá lo único que quede por decir de este hombre es lo que el propio Ferrer se empeña en recordar, con escaso éxito: que es, nada más y nada menos, que un ser humano. Aunque de esto no se da uno cuenta hasta que lo conoce en persona.

En un acto de la Fundación Vicente Ferrer es fácil quedarse con las imágenes del “hombre-milagro”: Vicente rodeado de niños felices. Vicente junto a una cooperativa de mujeres. Vicente ante una repoblación de bosque de 300 hectáreas. Pero, cuando habla de los éxitos conseguidos por su organización en Anantapur, siempre emplea la palabra “nosotros” _nunca “yo”_ para referirse tanto a los colaboradores españoles como a los indios que trabajan activamente por su propio desarrollo. Él no lo sabe, pero esa actitud es el ejemplo más claro de la filosofía de esta organización.

Cuando Canal Solidario puede acercársele, en su última visita a Madrid, ya ha saludado a más de 600 simpatizantes y padrinos. Sin embargo, no quiere que le saquen del local: ha prometido hacerse una foto con los voluntarios que han organizado su visita. Sorprende ese interés por el detalle en un hombre por cuya organización han desfilado miles de personas. Pero lo cierto es que recuerda a todos los padrinos que le han visitado, y se interesa por los proyectos de cada voluntario. No deja de pedirles que regresen a Anantapur para poner en marcha tal o cual propuesta que le hicieron hace uno, dos o tres años. Es increíble tal capacidad de comunicación en una organización del tamaño de Rural Development Trust –RDT-, el nombre original de la Fundación Vicente Ferrer, pero para él parece fácil mantener el contacto.

Una vida al lado de los desposeídos

Vicente Ferrer tiene 81 años. Su vida ha estado marcada por una decisión: estar junto a los desheredados, siempre con las víctimas. Vivió la guerra civil española primero en el frente, como miliciano, y después en los campos de concentración de los vencedores; 48 años de cooperación como misionero y después como laico independiente; una expulsión de la India que duró varios meses; un cáncer de piel y tres hijos que trabajan con él y su esposa en RDT. Es consciente de todo lo que queda por hacer. Hace unos años, en una entrevista con el periodista español Fernando Baeta, Vicente Ferrer pedía más tiempo. “Si vivo más puedo hacer más. Me gustaría tener unos pocos años más para acabar de dar el impulso definitivo”.

Sin embargo, a pesar de su aspecto frágil y del fervor que le rodea allá donde va, Vicente Ferrer no es un anciano venerable separado del mundo. Aprecia el poder de Internet, le interesa el Comercio Justo, pregunta cómo utilizarlo para eliminar la pobreza. Sabe que su obra es la de mucha gente y que camina por sí sola, pero además quiere conocer a otras organizaciones. “¿Y vosotros qué hacéis en Internet?” Enseguida pregunta qué difusión tienen sus proyectos en Canal Solidario. “Quisiera ver lo que hacéis, pero tenéis que informar de muchas más organizaciones”.

Después de más de dos horas de velada y de una conversando con todos sus simpatizantes, Vicente es obligado a irse a descansar. Mañana tiene que viajar a Alicante. Pero lo cierto es que siguen llegando admiradores: un grupo de madrinas le piden autógrafos, la unión de damas de una parroquia suplica una foto con él… Vuelve a desaparecer el hombre atropellado por el fenómeno. Vicente Ferrer se da cuenta, y no parece gustarle, pero está resignado. Su capacidad humana sale de nuevo a flote cuando le saluda una simpatizante budista, rosario en mano, inclinada ante él. Miles de colaboradores de RDT practican religiones orientales, y Vicente ha asumido el espíritu ecuménico de ese país. A los saludos de la mujer responde con una bendición, “Namasté”. Pide que se acuerde de visitarle en Anantapur cuando peregrine a la India. Es su última lección: para este hombre, cooperación no significa otra cosa que fraternidad.