#AdoptaUnaAutora: Carrie Fisher. Postales desde Wishful Drinking

Este post forma parte del proyecto conjunto Adopta una autora.

Estaba haciendo una entrevista en la que hablaba, cómo no, de mí misma. Y decía que a veces me siento más como un personaje que como una persona […] y lo ilustré con esa famosa cita de Cary Grant que decía «todo el mundo quiere ser Cary Grant, hasta yo mismo». Y la entrevistadora me dice «sí, pero nadie quiere ser realmente Carrie Fisher».

1) Persona

Wishful Drinking gira alrededor de qué significa, si significa algo, ser Carrie Fisher. Fisher vino al mundo en un entorno irreal por naturaleza, como es el mundo del espectáculo. Vidas en muchos sentidos fabricadas sobre las proyecciones de otros. En 1956 las amas de casa coleccionaban las portadas de Photoplay en las que Debbie Reynolds exhibía un matrimonio ideal y dos bebés preciosos.

La vida real. Como si la vida real fuese otra cosa.

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«Cuando dos famosos se aparean, el resultado es algo como yo […]. No soy solamente esa creación llamada Princesa Leia, sino además un set completo de juguetes y productos de limpieza».

2) Explosiones

Se trata del primero de sus tres libros de memorias. Llega en 2008, tras cuatro novelas y varios tratamientos de electroshock. «Algunos de mis recuerdos nunca volverán _los de la Vida Real ™, esa que una siente mientras se fabrica la otra, la vida de la exposición pública_, pero con ellos he perdido también los devastadores sentimientos de desesperación y derrota que ninguna portada ni muñeca supieron retratar».

Decidí freírme [ride the lightning] en lugar de apagar la luz que tiempo atrás había dado vida a mis ojos.

Carrie Fisher se compara con grandes personajes sometidos al electroshock. Uno de ellos era Sylvia Plath, que lo describió crudamente en La campana de cristal. Carrie Fisher lo haría en Shockaholic, su segundo libro de memorias. Lo que le debemos a Wishful Drinking es la puesta en escena de la bipolaridad: entiéndase esto literalmente. No contenta con salir del armario de la locura, Carrie Fisher creó esta obra a partir de ella. El escenario es un salón. Recibía al público en ropa de andar por casa. Y explicaba coloquialmente lo que significaba un trastorno bipolar:

He llamado a mis dos estados de ánimo Roy y Pam. Roy es el Alegre Roy, un tío salvaje. Pam es el sedimento, que se queda en la orilla y llora (Pam es la sigla de «piss and moan»). Un estado de ánimo es el menú, y el otro la cuenta.

 

3) Risas

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Esta reseña no hace justicia ni puede hacerla al agudísimo sentido del humor de Carrie Fisher (por otra parte, ya consagrado). Compartir adicciones con Mel Gibson o Irlanda, terapias infames con Vivian Leigh. Reír porque si la vida no fuera divertida, sería simplemente real, y eso es inaceptable. Wishful Drinking, primero en el teatro y después en letra impresa, convirtió la tragedia personal en comedia moderna. Y más que eso, en un monólogo. Algunos pensarían que se puso por derecho propio a la altura de los nuevos cómicos jóvenes. La realidad es justo al revés.

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Nunca recibí un premio en mi vida ni como actriz ni como escritora, y ahora me dan premios por mi locura todo el tiempo.

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Mucho, y seguramente mejor que cualquier cosa que aparezca aquí, se ha escrito sobre el agudo sentido del humor de Carrie Fisher. Sé que no son suyas _y que le molestaría un poco_, pero no puedo dejar de recordar algunas frases que llevan su voz: ¿servirá de algo si salgo y empujo? En la guasa que brilla en cada párrafo de sus memorias se reconoce mucha fuerza. También destellos de amargura: los escombros de mi cuerpo dando a luz, nació algo como yo tras el matrimonio de sus padres. Algunos adjetivos aquí y allá, quién sabe si fugitivos inconscientes o pistas entre líneas.

Entonces mi madre dijo: «Bueno, querida, ¿y cuál es la alternativa a sobrevivir? ¿no sobrevivir?

4) Texas

Hay tanto vinagre como amor profundo hacia su madre, Debbie Reynolds, nativa de El Paso (you know, dear). Vivían puerta con puerta. Debbie Reynolds tenía 78 años cuando se estrenó la obra y aún actuaba ocasionalmente. Conservaba una buena parte de su vestuario y recuerdos de Hollywood que les iba regalando a sus hijos para que fueran disfrutando de la herencia en vida.

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Así como su padre se llevará casi todo el peso de Shockaholic, su madre es la gran estrella de Wishful Drinking _entre otras cosas porque en fin, era una estrella_. Un amor devoto y sin fisuras solo comparable al que muestra por su hija Billie. Cómo no tener devoción por una madre que llama a Cary Grant para que te ayude con ese problemilla con el LSD.

5) Escombros

Esta criatura redondita y nutrida, rescatada de los escombros de mi ser.

La criatura es su hija Billie Lourd, entonces una adolescente. Como su madre, no se lleva un capítulo de la obra sino que forma parte de todo el camino, también los diferentes ingresos hospitalarios y las decisiones médicas, como someterse al electroshock de una puñetera vez y poder estar presente para su hija. Billie protagonizó junto a ella una serie de artículos de viajes con niños que no he podido recuperar. Quería ser neuróloga y estudiar la esquizofrenia, antes de seguir la empresa familiar. Y gracias a Billie obtenemos uno de los momentos más descacharrantes de la obra: la Endogamia de Hollywood.

Mi hija empezó a verse con el nieto de Liz Taylor, Rhys, y trataban de esclarecer si estaban emparentados de alguna manera […]. Les dije: «estáis emparentados con el escándalo».

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7) Palabras

Wishful Drinking hace una especie de parada técnica en los más de 12 años de relación con Paul Simon. Se enamoraron porque, según dice, se enamoró de las palabras. Una relación tan íntima y poderosa que se lleva apenas un par de páginas del libro, y pocos más minutos en el escenario. Le cede el espacio a las propias palabras. A las letras que Paul le dedicó:

The bride was contagious,

she burned like a bride.

(Hearts & Bones)

Then I fall to my knees
Shake a rattle at the skies
And I’m afraid that I’ll be taken
Abandoned, forsaken
In her cold coffee eyes
She can’t sleep now
The moon is red
She fights a fever
She burns…
(The rythm of the saints)

8) La postal en blanco

Carrie Fisher habla de la adicción desde la angustia, pero también con una serenidad profunda _y mi madre me dijo: «well, dear»_. Algo que llega y te jode la vida, pero que no se queda para siempre en ella. No hay postal sobre traumas.

Tampoco la hay sobre drogas o alcoholismo en el sentido biográfico: nadie va a encontrar una primera raya, no hay un salto al vacío que escalar ni una culpa que purgar en público. Y eso que hay amigos muertos, crisis psicóticas con alucinaciones, matrimonios fraudulentos y amores tormentosos que se acaban yendo al carajo. Todos se van igual que vinieron y ahí se queda ella, contándonoslo en ropa de estar por casa.

Qué difícil se me hace no escribir la palabra rebeldía.

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